20.4.09

Volvió el trabajo informal al Parque Rivadavia

Por la crisis, cada vez son más los vendedores que instalan sus lonas en la calle del parque cada fin de semana.

Después que el gobierno de Aníbal Ibarra desalojara a los vendedores del parque Rivadavia en el 2003, muchos comerciantes y feriantes volvieron a instalarse en los últimos meses como consecuencia de la debacle económica.

Artesanías, juguetes, ropa de diseño independiente, ropa usada, carteras, tortas son algunos de los bienes que se pueden encontrar tras las rejas del parque Rivadavia y sobre la vereda de la avenida. Los trabajadores que colocan sus lonas con productos o sus puestos improvisados ya son más de ochenta durante los sábado y domingos. Los días de semana la cantidad disminuye considerablemente y solamente permanecen los vendedores de artesanías.

“Yo no me voy a ir de acá. Laburo hace un año, tengo muchos amigos y me siento a gusto. Estoy de acuerdo que vengan los inspectores y sé que es necesaria una regularización, pero mientras tanto nosotros tenemos que trabajar. La mano viene complicada para todos”, comenta Juan Manuel Restego, un joven de poco más de 30 años que se ofusca cuando habla del jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri.

Él, como tantos otros que se juntan en los alrededores de la plaza, reparte sus días entre la feria y un trabajo con el cual no le alcanza para llegar a fin de mes. Otros, en cambio, apuestan full time al parque Rivadavia. Jules es un africano que vende cadenas y chucherías de oro y que encontró en Buenos Aires una salida al tormento que vivía en Ruanda, su país natal, donde era perseguido por tener ideas políticas diferentes.

Jules comenta que a veces tienen problemas con la policía porque no tienen autorización del Gobierno de la ciudad para instalarse. Sí son legales los tradicionales puestos de libros y revistas usados y el sector de venta de productos de colección, que se encuentra cerca del sector de juegos y que fue instalado luego del masivo desalojo del 2003.

Una de las cuidadoras del gobierno de la Ciudad, que recorre el parque y prefiere no revelar su nombre, considera que es injusto levantarle el puesto a la gente que no tiene el permiso para vender. “Está a la vista de todos, pero ellos tienen que ganarse el mango. Peor sería que salgar a robar”, dice.

Vigilada por la estatua de Simón Bolivar, Eugenia, una puestera de libros usados, se solidariza con vendedores ilegales y reclama por el derecho de trabajar de todos. “Entre que tenemos que lidiar con los problemas económicos, los del Gobierno en vez de ayudarnos nos complican la vida”, comenta la mujer que está en el parque hace 16 años.

Cabe recordar que luego de la crisis del 2001, el parque fue un refugio para los trabajadores informales, que pasaban día y noche para no perder el lugar obtenido, hasta que los vecinos se juntaron para reclamar por el espacio verde. Antes de prohibir, es imprescindible que tanto feriantes como inspectores del Gobierno lleguen a un consenso para que este ícono cultural porteño mantenga la plenitud que lo caracteriza, pero también se conserven los puestos laborales.

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