29.9.09

Parque Avellaneda: La ciudad trabaja

Por Facundo Garnica y Adrián Pertoldi



Necesidad.
Quizás en este concepto podramos encontrar la razón singular del crecimiento sostenido durante el último año de puestos ambulantes en las inmediaciones del Parque Avellaneda, uno de los pulmones más importantes de Capital Federal y que durante los fines de semana se transforma en un paseo comercial en el que pululan decenas de puestos, que venden desde toda clase de ropa (proveniente de La Salada, claro está), pasando por zapatillas de marca aparentemente sin uso hasta llegar a ofrecer pelotitas de golf. Como en su momento sucedió con Parque Rivadavia y su venta ligada en primer lugar a los libros y luego a la música y juegos pirateados y como también acaeció en el Parque Centenario, hoy reducto de los llamados manteros, quienes ofrecen desde artesanías hasta figuritas del Mundial 1998, en el Parque Avellaneda hay una premisa: se vende lo que hay. Por eso que un comerciante esté promocionando que por 5 pesos nos llevamos tres pelotitas de golf no debe sorprender a nadie. No hay un criterio de venta en estos puestos con toldos azules, todos del mismo tono, que según los propios puesteros los organiza el viernes a la noche alguien ligado al Gobierno de la Ciudad a quien hay que pagarle 50 pesos por la organización de los mismos durante sábado y domingo. Nadie sabe bien quién es este sujeto, sólo que sin esa cantidad de dinero no habrá un puesto para el que lo desea. Gajes de una economía en declive y en el que algunos quieren sacar tajada como sea.

Mario de lunes a viernes trabaja como taxista. Los fines de semana dice presente con su costado comerciante en el Parque, término que utilizan para describir a uno de los pocos espacios verdes que quedan por la zona centro-oeste de la Ciudad, plagada de construcciones paralizadas y un malhumor social de importancia por una posible instalación, con el aval de Macri, de un centro de salud mental en Olivera al 500. Oscar admite que se metió en los puestos para tener un ingreso más de dinero: "para mí esto es una salida, voy temprano los miércoles a la Salada, compro de todo: ropa para minas, camisetas de fútbol para los tipos, ropa interior y carteras, salvo zapatillas que al no tener tanto espacio no puedo ofrecerlas". A la consulta sobre el dinero admite que "al terminar el domingo me llevo doscientos pesos. No está mal". Mirtha, otra de las puesteras, no pudo seguir pagando el alquiler de su negocio de ropa infantil en Villa Soldati y por ahora, tal como admite ella, decidió refugiarse en esta posibilidad que al menos le deja un resto de plata. "No es fácil, a pesar de que pasan muchas personas por los puestos (se estima que cada fin de semana recorren el lugar 2.500 personas) pocas se llevan cosas, salvo los bolivianos, que mayoritariamente los domingos son los que gastan más", admite ante la mirada de su joven hija, quien la acompaña en este emprendimiento. Lo toman así. Arremangarse y buscar por ellos mismos la chance que les permita respirar mejor económicamente en estos tiempos turbulentos, de incertidumbre. Actuar en vez de quejarse.



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